Llegaban aquellos carteles en blanco y negro a los muros de las calles de Valladolid y las cinéfilas y cinéfilos de la ciudad ya sabían cuál era el plan del mes en la Filmoteca (primero de la Caja de Ahorros Popular de Valladolid y luego de Caja España).
Era el centro de reunión por excelencia para los locos del séptimo arte: adolescentes curiosos, jóvenes desocupados, parejas agarradas de la mano, jubiladas engalanadas. Por la sala de Fuente Dorada pasaron, desde mediados de los ochenta, más de doscientos ciclos: Alfred Hitchcock, François Truffaut, Marilyn Monroe, Blake Edwards, Billy Wilder, Humphrey Bogart, cine africano, cine asiático y un sinfín de referencias. El primero de todos, el que sentó las bases, fue de cine de terror.
Los ciclos eran mensuales y los conformaban cinco películas, de lunes a viernes. Había que llegar prontito, y luego con la experiencia uno iba aprendiendo ciertos trucos: los más devotos sabían que si eras ágil y salías rápido de la sala tras la última de las sesiones, la del viernes, en las mesas de la antesala los organizadores dejaban llevarse a casa de recuerdo esa hermosa cartelería que habían distribuido por todos los rincones durante las semanas previas.
Otro espléndido material de coleccionista era el cuaderno que la Filmoteca editaba para cada ocasión y entregaba allí en la sala. La publicación contaba con información pormenorizada sobre las cintas que iba a poder disfrutar el público, así como contenido extra como las biografías de directores y actrices y actores protagonistas. La cubierta era siempre el cartel del ciclo.
Como uno de los centros neurálgicos del cine en Valladolid, la sala de la Filmoteca comenzó a formar parte del ramillete de sedes de la Semana Internacional de Cine. Además, durante los años dorados, la Seminci tuvo como tradición proyectar la película ganadora de la Espiga de Oro el día después de la entrega de los galardones (normalmente domingo), de manera gratuita en la sala de la Filmoteca, en Fuente Dorada. Era la época de El dulce porvenir, de Atom Egoyan, My name is Joe, de Ken Loach u Oriente es oriente, de Damien O’Donnell, a finales de los noventa.
Era el clima perfecto de fin de fiesta. Con esa tristeza de regresar de golpe a rutina mundana, despidiéndose de las aventuras vividas en celuloide durante una semana, y la emoción de ver el filme que había triunfado la noche antes en la gala de clausura. La expectación era inmensa, y el aforo, reducido (381 localidades). La cola arrancaba en el vestíbulo, salía a los soportales y se alejaba hasta doblar la esquina con la Bajada de la Libertad.
Tras unos años de incertidumbre respecto a lo que sería el futuro de una sala tan querida por los vallisoletanos, el espació comenzó a ser gestionado por la Fundación Obra Social de Castilla y León (Fundos), y la buena conexión con la Seminci ha continuado. Este año, en la 69ª edición del festival, la Sala Fundos acogerá treinta y siete sesiones, algunas de ellas con entrada libre, como es el caso de los documentales que forman parte de la sección “Tiempo de historia” o las películas enmarcadas en la sección “Alquimia”. Programación completa disponible en la web de la Seminci.