Se te puede ir la tarde entera al garete conversando sobre cine con Javier Vielba (Arizona Baby, Corizonas, El Meister), pero en todo caso sería una tarde bien empleada. Puede que incluso mejor empleada que yendo a ver una peli.
La acción arranca en el centro de Valladolid: la escena se rueda en la barra del Bicoca Records, con Vielba, que siempre tuvo en la pared de su habitación un póster de Casablanca, declarándose admirador del fantaterror de los años sesenta y setenta. Inmediatamente después pasar a enumerar sus compositores predilectos de bandas sonoras. Porque la charla también va de música: El Meister ha pasado cuatro meses trabajando en el delicado encargo de componer la sintonía que va a introducir a partir de ahora cada película de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), que este viernes 19 de octubre inaugura su 69ª edición.
La nueva sintonía va a sonar una y mil veces, por lo tanto hay que evitar “que raye a la gente”. Para ello, Vielba (Valladolid, 1978) ha optado por sonidos electrónicos y limpios en busca del resultado más neutral y aséptico posible, intercambiable con la música con la que pueda comenzar la película de turno, con un ligero guiño a la tierra y a la cadencia de la jota castellana. ¿Es posible todo esto en una creación que, en su versión corta (la que sonará antes de cada cinta) dura poco más de treinta segundos? Vielba ha demostrado que sí.
El catálogo de bandas sonoras que el músico vallisoletano muestra en esta velada con Social24Horas incluye a genios como Ennio Morricone (Cinema Paradiso, La misión, Por un puñado de dólares, Los intocables de Eliott Ness) o Vangelis (Blade Runner, Carros de Fuego); engrandece a Ry Cooder (París, Texas, Crossroads), y reserva unos minutos para detenerse en los italianos Goblin, que en 1977 llenaron de sintetizadores la selección musical de Suspiria, filme de Dario Argento.
En la gran pantalla, y empezando por el principio, el líder de Arizona Baby se define (y medio se disculpa por ello, como no queriendo parecer extravagante o intelectual, que lo es) como aficionado al cine expresionista alemán, con Nosferatu (Friedrich Wilhelm Murnau, 1922) y Metrópolis (Fritz Lang, 1927) como banderas. Desde allí, en una evolución lógica, salta al cine negro: Howard Hawks con El sueño eterno, John Houston con El halcón maltés y Cayo Largo. Le pica la curiosidad ante historias que se nutren de emoción, desventura, intensidad y tenebrosidad (como sus canciones En la chopera negra o Los perros ladran).
Está sonando New Order en el Bicoca Records y el pensamiento de Vielba se escapa hacia películas de culto como The Warriors (Walter Hill, 1979) y Singles (Cameron Crowe, 1992), con dos bandas sonoras inolvidables. Luego la memoria va brincando de Alfred Hitchcock a Stanley Kubrick, de Sam Peckinpah a Quentin Tarantino, de David Lynch a los hermanos Coen. Y el viaje acaba en Trainspotting (Danny Boyle, 1996), con otra banda sonora como una catedral (participa en ella, por cierto, Elastica, el grupo de Justine Frischmann, al que Vielba ha llegado a versionar sobre los escenarios).
Por supuesto que en el universo cinematográfico del autor de la sintonía de la Seminci existe una estantería especial dedicada al cine español. “Del fantaterror hablé al principio del todo”, nos recuerda, para que conste en acta. Hace una reverencia ante Chicho Ibáñez Serrador, con sus Historias para no dormir, con su ¿Quién puede matar a un niño?. A Paul Naschy, hombre lobo Made in Spain, tuvo la suerte de conocerlo en persona (esta conversación ha sido improvisada, un atraco de película, y el destino resulta impredecible).
No queda ahí la cosa con la cinematografía patria. Disfruta revisitando de vez en cuando Furtivos, de José Luis Borau; El crack y El crack 2, de José Luis Garci; Los santos inocentes, la adaptación de Mario Camus de la obra de Miguel Delibes, o cualquiera de Luis García Berlanga.
Semejante arsenal de celuloide duerme dentro de la cabeza de El Meister. Él solo ha tenido que removerlo un poco para que, junto al cosquilleo que se siente cuando se queda a oscuras una sala de cine, haya fluido una sintonía que ya huele a clásico.
Por Víctor David López.