Hay quien consigue o decide vivir una vida plácida; hay quien salta al vacío alguna vez; otros se acostumbran a los dobles tirabuzones sin red, a no tener plan B. Natalia de la Cal (Valladolid, 1980) prefiere esto último precisamente. Aunque en ocasiones le ha llegado como última escapatoria.
Hace más de una década que reaccionó a una mala racha, personal y laboral, de manera visceral: “Estaba perdida”. No se encontraba hasta que se encontró. “Hacer algo con las manos te hace evadirte y te ayuda a estar bien. Sacaba cosas que de otra manera no podía sacar”, cuenta para Social24Horas. “El collage me ayudaba a no pensar, a disfrutar ese momento, a dejar de regodearme en la mierda”. Luego comprendió que esas manos eran su propio centro de producción. Fue una terapia, entre recortes de papel, con la que logró reinventarse.
Por aquel entonces De la Cal provenía de una empresa textil. Siempre le atrajo el mundo de la moda y de la fotografía. Se convirtió, con el tiempo, en una coleccionista exacerbada de revistas antiguas, con la Reader’s Digest por bandera. Ha llegado a encontrar ejemplares de los años 30 y 40 en el Centro Reto. Buceando de rastro en rastro, desde el de Valladolid hasta el sevillano mercadillo del Jueves, fue dando con el material preciso (imágenes, frases) para mezclar sus ideas.
Lo peculiar es que en los últimos años ha habido una transformación más que evidente en su manera de trabajar. Antes empleaba más texto en sus obras, para sacar todo aquello que sentía. Como aquel “por las noches vuelva con restos de amor en los colmillos”. Ahora todo ha cambiado: “Los collages ya no están basados en mí”. Las palabras desaparecieron de sus creaciones. “Ya casi no uso textos. Me gusta dejarlo a la libre interpretación. No es un elemento que me surja, no necesito utilizar palabras para expresar algo”.
Entre collage y collage, en un momento dado, nuevo giro en espiral: “Todo lo que tenía lo invertí en la joyería Toska. Capitalicé mi paro”. Es optimista, pocas cosas le dan miedo, pero un poco de vértigo sí. En la joyería (proyecto compartido con sus amigas Elena Milhöm y Marta Alonso), ella se encargaba de marketing, ventas, logística y ferias y mercados. “Fue un aprendizaje brutal, todo un máster”.
El último giro de guion de una artista que se considera “muy maniática” (por buscar la perfección sin descanso) ha sido dejar Toska y emprender una aventura en solitario y comenzar a unir la especialidad de la casa, los collages, con piezas de cerámica (platos y fuentes estilo vintage). La cerámica siempre ha estado presente en su vida. Ha ido acumulando conocimientos de taller en taller, en formación continua, en constante reciclaje (en el Centro de Artesanía de Castilla y León -CEARCAL-, sin ir más lejos).
Toda esa sabiduría logística y organizativa que ha ido atesorando en las diferentes etapas de su carrera profesional la permiten ahora manejarse con soltura en el mapa de eventos, ferias y mercados de la geografía patria.
Entre todas las técnicas de transferencia de imágenes sobre cerámica, De la Cal prefiere las calcas vitrificables: un proceso interminable pero apasionante. Su universo de recortes de papel se digitaliza, primero, se imprime en láminas, después, para finalmente convertirse en las calcas que, tras un remojo de uno o dos minutos, acabarán registradas en la pieza previamente cocida y esmaltada.
Un ultimísimo paso por el horno a ochocientos grados centígrados, y todo listo. Sincero, artesanal y con sello propio. Todo lo contrario a una vida plácida.
Víctor David López