Las relaciones que una persona mantiene con su entorno también la definen. Se cumplen treinta años de la muerte de la escritora vallisoletana Rosa Chacel, y Social24Horas, dentro de la serie de artículos dedicados a ella (el primero se centró en sus diarios íntimos), plantea un mapa con sus amistades más entrañables y sus conexiones más recordadas.
Comenzando por el principio, hubo una época en la que Rosa Chacel quiso ser escultora. Su gran pasión era la escultura clásica, sobre todo la griega. Para formarse, estudió en la Escuela de Artes y Oficios (en la madrileña calle de La Palma), primero, y en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la calle de Alcalá, después. En esta última impartía la asignatura de Estética de las Bellas Artes Ramón María del Valle-Inclán. Tras ver cómo su generación caminaba en sentido opuesto a ese arte clásico que ella amaba, Chacel se fue desencantando poco a poco del mundo de la escultura. Abandonó la escuela pero se llevó algo para siempre: en esas aulas había conocido al que sería el gran amor de su vida, el pintor Timoteo Pérez Rubio, futuro esposo y padre de su único hijo, Carlos.
Los años de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando dieron paso a los de los círculos literarios del Ateneo, con la revista Ultra por bandera, su primer trampolín. Los textos que en esa publicación firmó llamaron la atención nada más y nada menos que de José Ortega y Gasset, a quien la vallisoletana conoció antes de conocer su obra. Ortega la convocó para publicar en la Revista de Occidente, lo cual la colocaba a otro nivel. Fue una relación de maestro y discípula en un mundo machista en el que Chacel tuvo que abrise paso a codazos.
“Ortega tenía, además de ciertas virtudes como el conocimiento y la cultura, el don de la autoridad. La autorizad le emanaba de su persona”, comentó en cierta ocasión la autora en una conferencia junto a Clara Janés en la Universidad de Granada. “Su autoridad estaba en el aire, en el Ultra, en todas partes. Imponía el rigor, la verdad en la lengua, evitar toda forma innecesaria, llegar a la perfección de la prosa”.
Ortega y Gasset la respetó como a pocas escritoras, hasta el punto de incluirla en el ramillete de autores que firmarían las obras de la colección “Vidas Españolas e Hispanoamericanas del Siglo XIX”, que el filósofo y ensayista coordinaba en la editorial Espasa-Calpe. A Chacel, Ortega le encargó en 1930 la obra Teresa, biografía de Teresa Mancha, la que fuera amante de José de Espronceda. El proceso de creación fue lento y el texto solo pudo estar finalizado en 1936, justo cuando comenzó la Guerra Civil Española. Teresa acabaría viendo la luz cinco años más tarde, en Buenos Aires, fuera de la colección.
Las primeras explosiones de la guerra hicieron que Timo se alistara como voluntario, para defender la República, y que Rosa firmara el Manifiesto de los Intelectuales Antifascistas, junto a personalidades de la talla de María Zambrano, Miguel Hernández, María Teresa León, Luis Buñuel, Ramón J. Sender y Manuel Altolaguirre, entre otros. En el distinguido grupo sobresalía el que por aquel entonces ya era Premio Nacional de Poesía: Rafael Alberti. Chacel y Alberti se entendieron bien desde el principio, y compartieron pasajes importantes de los meses más duros. El de El Puerto de Santa María formó parte de la Junta Central del Tesoro Artístico Nacional, que, dirigida por Timoteo, tuvo como misión salvar de las bombas las obras del Museo del Prado y otras riquezas culturales de un país roto (custodiaron todo hasta Valencia y luego lo sacaron de España rumbo a Suiza).
Alberti, como Chacel, también durmió lejos de casa durante cuatro décadas. La pucelana le dedicó al portuense el soneto A la orilla de un pozo (“Cuando la mar esté bajo tu almohada…”), en un libro que le publicó Altolaguirre (con prólogo de Juan Ramón Jiménez, que la acogía, con sus frases, en el grupo de los más grandes).
De las charlas y conferencias de la Alianza de Intelectuales Antifascistas le surgió a Chacel otro gran amigo: el poeta sevillano Luis Cernuda. Fue la suya una amistad que superó la distancia del exilio. Ella le definía a él como “difícil, complicado, enrevesado”, con unas cualidades “incalculables” y un carácter que “era un demonio y era un lío, un abismo”. Pero que también era un encanto: “Todo era noble, todo era perfecto”.
En Brasil, la vallisoletana sintió aprecio y cariño por la poeta chilena Gabriela Mistral, pocos años antes de que esta fuera galardonada con el Premio Nobel de literatura. Mistral, por aquel entonces, ejercía como cónsul (fue la primera mujer en ocupar este cargo diplomático en el Gobierno de Chile) en Niterói y Petrópolis, ciudades del estado de Río de Janeiro. Fue tal la cercanía entre las familias de ambas literatas (Chacel conocía a muy poca gente en sus primeros años de la etapa brasileña) y tan buena la conexión entre sus hijos, Carlos y Yin Yin, que el hijo de Rosa pasó incluso temporadas viviendo en Petrópolis, con Mistral.
Por desgracia, Yin Yin (Mistral siempre se refirió a él como un sobrino que convivía con ella como un hijo adoptado, pero en realidad era hijo carnal) arrastraba una profunda depresión desde hacía un tiempo. Educado en Europa, nunca llegó a adaptarse a Brasil. El 14 de agosto de 1943, a los 18 años, se suicidó.
Rosa Chacel dejó literatura de enorme calidad en todas las obras que publicó, y también en todas las cartas que colocó en el buzón. Muchas fueron a su amigo Cernuda, pero se cuentan por decenas las que envió, por ejemplo, a su amiga Victoria Kent (a quien conoció en Nueva York) y a Julián Marías.
A pesar de esta lista de relevantes relaciones de Rosa Chacel, no se puede decir que fuera sencillo llegar cerca de ella, conseguir cierta proximidad. No era ese el caso tampoco de Clarice Lispector, veintidós años menos que ella, a quien visitó en su domicilio de Río de Janeiro en los años sesenta. De allí pudo surgir otra amistad que ilustrara este artículo pero lo que en realidad se hizo célebre fue su resumen tras la velada y la definición que dejó para la historia de la autora ucraniana-brasileña: “No es una mujer, es una pantera”.
Mención especial merece el otro gran autor vallisoletano del siglo XX: Miguel Delibes. Él (que todos los premios que ya acumulaba los había ganado cuando ella estaba muy lejos) organizó el conmovedor homenaje que la ciudad, de la mano del periódico El Norte de Castilla, le dedicó a Chacel en su visita de junio de 1971. Un recorrido pormenorizado, repartido en varios días, a los lugares sagrados de la vida de la autora. Delibes y su esposa, Ángeles de Castro, no se separaron de Rosa en ningún momento. Los dos grandes referentes de la literatura vallisoletana descansan juntos hoy en el Panteón de Vallisoletanos Ilustres del cementerio municipal de El Carmen.
V.D.L.