La próxima vez que vengan a Valladolid, los Alcalá Norte serán mejores músicos, cargarán con un repertorio más robusto, sonarán más redondos, seguro. Ofrecerán, con total certeza, mejores conciertos en un futuro no muy lejano. En cambio, nunca más los veremos tan puros, tan inocentes; nunca más los veremos en un lugar tan pequeño como Porta Caeli, ni tan cerca, ni tan insolentes, ni en un escenario tan bajo; nunca más se mostrarán tan frágiles ni tan accesibles al final del bolo. Su paso por la ciudad significó el salto, como banda, a la edad adulta (esa etapa donde todo será más exigente).
Y el salto comenzó con Álvaro Rivas, vocalista y compositor de los del madrileño barrio de Ciudad Lineal, concentrado mirando al infinito, ataviado con la camiseta rosa del Club Deportivo La Seca que le habían regalado (o prestado) para la ocasión. Es un frontman a la vieja usanza, mezclando concentración, candor, chulería, a veces rabia. En el tema de apertura, Los chavales, ya quiso ganarse al público, adaptando la cantinela final y cambiando el lamento de la fuga de su añorado Cristiano Ronaldo por el clamor popular sobre la dimisión del presidente del Real Valladolid, Ronaldo Nazario: “Que te vayas, Ronaldo, que te marches de aquí”. El equipo estaba ya en ese momento sobre el césped de Zorrilla para enfrentarse al Real Madrid.
El espectáculo lo guía y lo anima siempre Barbosa, el baterista heavy, narrando el concierto paso a paso, desde la retaguardia, presentando las canciones por bloques, en ocasiones, como si de un locutor de radio se tratara, solo que de una manera más atropellada y estridente. Al comienzo de la velada había lanzado una bota de vino al público para que rulara. Es el corazón de la banda. Aporreó durante hora y cuarto la caja, los toms y los platillos fuera de sí, dejando un charco de sudor bajo su silueta.
Dentro del buen hacer general, tiene especial mérito encajar las primeras maquetas de la banda en el catálogo actual, formado por soberbios momentos como La calle Elfo, La sangre del pobre y No llores, Dr. G, ejecutadas con voracidad. Varias demos hicieron aparición durante la noche: Codere, de la época en la que sonaban más a Joy Division que a cualquier invento de pop-rock indie nacional, funciona y mantiene el espíritu crítico y sarcástico (barros obreros asolados por las casas de apuestas), vistiéndose del profesionalismo que llevan tiempo buscando.

Rivas pregunta si en la primera canción se ha entendido su guiño al Real Valladolid, que en ese momento ya va perdiendo o-2 frente al Real Madrid (camino del 0-3), a poca distancia de Porta Caeli; Carlos “Dr. Rock” Elías es llevado en volandas por el público mientras no suelta ni a tiros su riff de guitarra, Barbosa se caga en Dios si alguno se ha quedado la bota de vino solo para él y no la ha rulado. Llega la fase religiosa, su favorita: “Siento un cosquilleo frío. Soy el rey de los judíos”, vocea Rivas, con los brazos en cruz y una corona de laureles sobre su melena.
Varios pogos después, versión de Los Planetas incluida, más una canción en francés, y con intentos incluso de arrebatar el micro al cantante desde el público durante la interpretación de La vida cañón, en el cierre (ya dijimos que el escenario es muy bajito), los Alcalá Norte despedían el show y se disponían a firmar los discos que en la previa había estado vendiendo el Dr. Rock en persona (mientras pinchaba El Inquilino Comunista). Entre Segovia, el día antes, y Valladolid, se los quitaron literalmente de las manos (también han sacado su trabajo debut en casete).
Posiblemente nunca más llegarán a Valladolid con tantas ganas de gritar el famoso “siete de la mañana en Pucela, ventanas cerradas, hace mucha rasca”. El concierto del sábado es la última vez de muchas cosas, y también es el principio de muchas otras. Si todo sigue su curso, en breve ellos también podrán decir lo de Mario en “420N”: “Nos vamos a forrar, mamá. Nos vamos a forrar”. Esperemos que entonces sigan conservando el orgullo de barrio.