A Gonzalo de Miguel (Valladolid, 1980) te lo puedes encontrar un domingo cualquiera en el Rastro rescatando pedazos de lo que otros ya no usan, indagando en el pasado de absolutos desconocidos, en la vida de gente lejana, rebuscando para crear, poniendo sus recuerdos olvidados a disposición de obras artísticas de vanguardia. Eso es lo que mueve su arte. Esa es la gasolina de su necesidad de expresión.
“El otro día me compré un pasaporte alemán”, confiesa charlando con Social24Horas en un bar del madrileño barrio de Lavapiés. Pronto lo utilizará para alguno de sus collages, porque el collage es lo que llena sus días desde que se formó, primero como Técnico en Artes Aplicadas a la Escultura en la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid, y más tarde en la licenciatura en Bellas Artes por la rama Escultórica, en la Universidad de Salamanca. La escultura, dice, lo embarulló todo en su vida. Ahí empezó a mezclar de verdad.
En su trabajo diario, primero surge la imagen y luego viene todo lo demás. Por eso, para De Miguel lo primero es hacer la compra, pero sin lista de la compra: hacerse con cualquier objeto que en un momento dado le pueda servir. Vale todo. En Valladolid solía frecuentar un par de tiendas de segunda mano en los alrededores de la plaza San Juan. “Pero sobre todo compro cuando voy de viaje”, reconoce, para otorgar a la obra un toque más exótico si cabe.
Cuando recopila fotografías antiguas, sea donde sea, busca la historia que hay detrás, o se la inventa. La mayoría de las veces se trata de fotos con cierto morbo, “algo que digas: hostia, vaya foto más jodida”. A partir de entonces empieza a sumar el resto de elementos: la pintura, la escultura y todos los objetos que completen el collage (pueden ser calcetines, pueden ser pañuelos, cualquier cachivache de anticuario).
El nombre de Gonzalo de Miguel ascendió varios escalones cuando el festival de arte urbano Pinta Malasaña le vio triunfar en 2023, entre cien pretendientes (de los cuatrocientos que se presentaron a la convocatoria), en un barrio con marcas y arañazos en cada esquina.
El guion del certamen no pudo incluir más suspense: el día señalado De Miguel amaneció enfermo, con fiebre, “a punto de no ir”: difícilmente podría enfrentarse a seis horas de trabajo delante del último muro de San Vicente Ferrer desembocando en San Bernardo. Pero fue, y, como dice con humildad, “sonó la flauta”. En realidad, su mural enamoró al jurado por, como ellos mismos anunciaron en la entrega de premios en la sala Maravillas, “su maestría al reunir referencias tanto históricas como contemporáneas, así como la mistura de estilos y disciplinas de su obra”.
Este año, en el mes de mayo, De Miguel trabajó durante un mes en Kaunas (Lituania), con la beca CREART/ ARTKOMAS, formando parte de una residencia artística. “Tienes ese periodo de tiempo para hacer varias piezas, que se exponen allí”, explica. El objetivo era aunar la escultura con la fotografía y la pintura. “Yo hice veinte, que me las traje y las tengo en mi estudio ahora”. Obviamente, también arrasó los anticuarios de la ciudad lituana.
El ágil ritmo de gestación y su versatilidad le facilita, asimismo, preparar lienzos por encargo. “Contadme vuestra historia y yo hago el resto”, esa es la idea. En ocasiones, las ideas se ejecutan a toda velocidad, sin embargo, determinados lienzos le obligan a dar muchas vueltas a la cabeza (hay veces que el encargo peca de demasiados conceptos): “Puedo estar liado con algunos un mes o dos meses”.
Actualmente, Televisión Española tiene la suerte de contar con sus servicios en el Departamento de Arte de la serie “Salón de té La Moderna”. En el futuro más próximo, otra aventura personal con la apertura de un nuevo local en la capital pucelana, junto a Germán Rodríguez, en el paseo del Arco de Ladrillo, para seguir creando, creciendo, y para ayudar a dinamizar un poco más el tejido cultural de una ciudad que cada vez pinta más fuerte. Allí Gonzalo de Miguel promete más vida collage: mercadillo, talleres, conciertos y una exposición de las piezas de Kaunas.
Víctor David López