Laufer, Laura Fernández Arquisola (Valladolid, 1986), migra desde la misma partida de nacimiento (pone Madrid), migra por lo mismo que migraron sus padres: por las inclemencias de la vida y por la búsqueda de aire tranquilo y alimento.
Su proyecto Vienen de lejos, incluido en la programación del CreaVA 25, nace casi de un reto personal: saber diferenciar las golondrinas de los aviones y los vencejos. Fue eso lo primero que se propuso Laufer. Una vez conseguido, se empeñó en diferenciar todas las aves que se dejaban ver desde una ventana de su apartamento en el barcelonés barrio de Sant Antoni, justo donde empieza ya el Raval. Quiso conocerlas, estudiarlas y acompañarlas en el viaje. Se ha pasado así el último lustro.
“Al principio no sabía muy bien qué especies eran ni de dónde venían”, cuenta Laufer en una charla con Social24Horas. “Sabía un poquito de algunas de ellas, pero no de la mayoría. Comencé a tomar notas de todas las aves que veía pasar por delante de mi ventana, en la ciudad. Fui investigando sobre cada una de ellas, las rutas migratorias que hacían”. La naturaleza abriéndose paso en la gran ciudad, eso fue uno de los impulsos para acelerar la investigación: “Normalmente vinculamos el mundo de la observación de aves a entornos más rurales, pero también llegan a las ciudades, y yo quería poner la visión en eso, acercar el mundo de la ornitología a cualquiera”.
Vienen de lejos puede visitarse hasta finales de mayo en la Biblioteca de Castilla y León (plaza de la Trinidad, 2, Valladolid), de lunes a viernes, de 8:00 a 21:45 horas, y sábados de 08:00 a 14:45. Entre las obras que forman el proyecto, uno de los conceptos que podrán sentir y repensar los visitantes será el de la orientación magnética de las aves migratorias. “Quise mezclar la ciencia con el lado más poético”, señala la artista. “Desde el principio de los tiempos se había dicho que las aves migraban por el sentido del sol, las estrellas, que utilizaban a modo de brújula. Pero estudios recientes han descubierto que hay una región en el cerebro de algunas aves, llamada cúmulo N, a través de la cual reciben señales magnéticas. Ahí se mezcla la ciencia con algo más profundo, como el mundo de los sueños”.

Al final, aunque no era el afán inicial de sus observaciones desde la ventana, surgió un libro que plasmó todas estas inquietudes, y esta exposición, en la cual las migraciones de las aves y de los seres humanos parecen la misma cosa, bella y dolorosa. Esta conexión tampoco fue premeditada. “Surgió de forma bastante orgánica, quise dar un enfoque más personal para que no fuese solo un atlas de aves”, reconoce Laufer. “Las personas también migramos. Mi madre es de migración muy larga, porque viene de Filipinas. Mi padre es de migración corta, de toda esa gente que migró desde los entornos rurales a la ciudad”.
Laufer, que estudió Bellas Artes en Salamanca, es, digamos, de migración media. Dice sentirse entre dos tierras, ya que lleva quince años residiendo en Barcelona. “Siempre se echa en falta de dónde es una. Mi madre echa de menos poder ir a su tierra más de vez en cuando. Es tan lejos que a nivel económico es complicado”. Son experiencias enriquecedoras pero existe el peligro del desarraigo. “En mi caso, tengo la suerte de dedicarme a algo que me permite flexibilidad a la hora de viajar, y por suerte voy bastante a Valladolid”, explica. “Al principio estaba más desarraigada, pero conforme pasan los años, se echa de menos. Vuelvo cada mes y medio. Ahora que nos han quitado el avión va a ser más engorroso”.

Víctor David López




