Cierto es que no somos conscientes de que casi todo lo que usamos en nuestra vida, y que creemos tan inherente a nosotros, es una mera arbitrariedad. Desde que una mesa se llama mesa y no silla, o que el año tenga 365 días y no 500, hasta la forma de saludar, etc. Un extraño conglomerado entre la cultura, las capacidades biológicas del hombre, y los acuerdos sociales.
Es por eso que soy muy dada a analizar como se viene usando todo esto, que tanto damos por hecho que nos pertenece. Las palabras, los dichos, la forma de dirigirse a la gente. Son realidades que hablan o bien de cómo vemos a los demás, o como queremos que los vean.
Un ejemplo claro, y que a decir verdad, me rechina bastante, me molesta mucho, es qué se entiende por joven o mayor en algo tan nuestro y actual como los medios de comunicación. Imaginaros vosotros a nivel práctico: hay un accidente en alguna carretera de la geografía española, con muertos. Ese accidente es noticia, en parte para concienciar de la seguridad vial, y en parte para alimentar el morbo de muchos curiosos. Bien, si en ese accidente una de las fallecidas tiene vamos a poner 35 años, dicen “una mujer de 35 años falleció en el siniestro”. En cambio, si la fallecida tiene tan solo 10 años menos, ya dicen “una joven de 25 años ha fallecido”. Y yo me pregunto qué diferencia habrá entre estas dos personas. No soy muy dada a las estadísticas, porque al igual que todo también fallan, pero según la Organización Mundial de la Salud, un adulto joven se prolonga hasta los 45 años. Por qué entonces, cuando hay alguna catástrofe, y mueren personas hasta esta edad, no dicen un joven de 40 años, un joven de 37 años, o una joven de 41…
Yo no sé si esto es para dejar claro lo que es o lo que no es joven en base a intereses de los que prefiero no hablar, como si fuese una verdad inalienable, o es por mera ignorancia. Porque yo que he respondido bastantes entrevistas, no toleraría que dijeran Sara, una mujer de 39 años. Mujer ya soy, tenga 39, 20, o 60. Y joven también, sí, con 39.