Todos somos alguien, nos creemos alguien, y los demás ven en nosotros a alguien. La distancia entre estas tres facetas, puede ser casi mínima, o abismal, como entre mi casa y las antípodas.
Recuerdo que una vez, en un curso de estos de gestión emocional a los que yo acudía hace tiempo con actividad en el ámbito de la universidad, trabajamos la ventana de Juani. Un buen recurso por cierto, para quien quiere conocerse mejor, y tal vez para conseguir con ello ajustarse.
Todos nos creamos una identidad ficticia, es por eso que siempre he pensado que la vida a veces es puro teatro. Bien sea por coraza, bien sea para esconder algo, o simplemente, porque oímos de nuestra propia realidad, las personas tendemos a crearnos una imagen. Y ya no hablo de famosos, que a estos les persigue siempre una campaña de marketing, con intereses más o menos honrosos, para construir esa identidad a base, por cierto, de perder demasiado…
Todos tenemos una imagen que mostramos, y de esa imagen siempre queda el reflejo de lo que los demás ven. Cuando he conocido a algún personaje televisivo, fortuitamente, por cierto, he visto en él el reflejo de todo esto que estoy disponiendo. Y ya ni os digo cuando he conocido a algún político… La cotidianidad que podemos sentir cada uno de nosotros está fielmente reflejada en estas personas. Hablan como tú, saludan como tú y hasta incluso se comportan como tú. De no ser por el séquito que traen detrás (escolta y demás), pensaría que somos cualquiera de nosotros con sus quehaceres, con sus preocupaciones. En fin, humanos, como todos…
Cierto es que todos somos un poco personajes, y que a veces la vida no es más que un baile de máscaras.




